Manuel Méndez, el marplatense que pudo ganar en Malvinas. Superó al bicampeón inglés, besó la tierra propia y ofrendó el triunfo a los pibes argentinos caídos. Las sensaciones de un viaje inolvidable.
Manuel Méndez mira al inglés Hugh Marsden, ganador de las anteriores dos ediciones del Maratón de Malvinas. Espera el momento para pasarlo. La extraña sensación de ganar en Malvinas. |
por Vito Amalfitano
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A veces se imposta demasiado eso de que una contienda deportiva no tiene nada que ver con un conflicto diplomático o bélico entre naciones. Que no se tiene que mezclar un partido de fútbol o una carrera con una guerra. Vaya novedad. Pero se sobreactúa tan culturosamente esa postura, que se termina negando la verdadera cultura. La que se entiende como memoria de los pueblos.
El deporte es una expresión más de nosotros, que nos identifica, que nos representa. ¿Por qué se enojan tanto algunos, entonces, cuando se tocan los himnos antes de alguna competencia? Si los equipos o deportistas que participan son representantes de una cultura, de una manera de ser y sentir, de una Patria, ¿por qué no?
El contador marplatense Manuel Méndez, reconocido atleta, con destacadas participaciones nacionales e internacionales, como probablemente la mayoría de los argentinos, siente a las Malvinas como la tierra irredenta más querida. Y cumplió el sueño de pisarla a través del deporte. Y es verdad que ?no hay que mezclar?. Pero sí fue a Puerto Argentino y ganó allí nada menos que un Maratón, y superó en esa carrera a un inglés que se había quedado con las dos últimas ediciones, ¿quién le puede negar el derecho a que haya transformado esa victoria en una especie de homenaje a nuestros héroes de siempre, los que yacen allí, los que nos acompañan aquí?
?Y sí, yo fui a correr un Maratón, y lo gané, y el deporte nunca puede ser la guerra, pero después fui al cementerio de Darwin y les dediqué la victoria a los chicos. No pude evitar quedarme con ellos, con nuestros pibes que están ahí, y decirles ?la carrera fue para ustedes, la gané para ustedes??, le confiesa Manuel Méndez a LA CAPITAL en su reseña de un viaje inolvidable, a 29 años de la Guerra de Malvinas, y que deparó su notable triunfo en el Standard Chartered Bank Stanley Maraton.
-En principio, ¿qué significó ganar en Malvinas desde el punto de vista deportivo? Porque participaron más de 100 competidores y segundo terminó justo el inglés que había ganado los últimos dos maratones, Hugh Marsden, pero vos atesorás victorias mucho más difíciles que esta?
-Sí, pero esta fue la carrera más importante de mi vida. Ganar en Malvinas fue cumplir un sueño. Esto no lo cambio por nada. Corrí en el ultramaratón en Grecia, gané en los Juegos Olímpicos Universitarios, pero esto es único.
-¿Cómo fue la carrera?
-Muy difícil por el clima hostil. Mucho, mucho viento. Creo que nunca corrí con tanto viento. Y mucho frío, que sentí más porque llegué un día antes de la carrera y venía del calor. Pero, además, si bien yo sabía que tenía mejores tiempos que el inglés campeón, además del factor climático, no te podés despojar de la carga emocional. Me había propuesto concentrarme en la carrera, y recién después pensar que estaba en las Malvinas. Pero no podés. La cabeza te va y viene todo el tiempo. Cuando vos corrés solo con los montes al fondo, y después cuando faltan mil metros y tomás conciencia que podés ganar en Puerto Argentino, los nervios son terribles...
-Y cuando te ves ganando debe ser más complicado todavía...
-Sí, porque en la primera parte zafé de esas sensaciones porque el inglés quiso tirar solo adelante, aunque yo le di la posibilidad de pasarlo y comerme yo el desgaste. Pero quiso darle él, así que lo dejé hasta el medio maratón. Pero después de la mitad lo tuve que pasar y ya los nervios jugaron de otra manera. Ahí cuando lo estaba por pasar se dio algo muy risueño. La veo a Jorgelina, que estaba cerca, y le hago el gesto de silencio para que no me aliente. No quería que el inglés escuchara que nos hablábamos en español. El camino a Sapper Hill, donde se cumplía ese medio maratón, fue con el viento de frente y soplando muy fuerte. No asomé ni los dedos, dejé que tirara el inglés, pero eso no me preocupaba porque el tercero (el nepalés Nilmar Rana, soldado de las milicias británicas) venía a cinco minutos. Por ahí vi que las millas del recorrido estaban pintadas sobre cajas de municiones, que son pesadas y no se vuelan con el viento.
Cuando llegué a la altura del viejo aeropuerto me desconcentré, no pude evitar recordar las fotos de las bombas cayendo del 1 de mayo. Y cuando uno llega al tramo final de la carrera, en la vuelta a la capital, ves los montes Kent, Londgdon, Dos Hermanas, Saper Hill, Tumbledown, Wirelles Ridge?Los escenarios de los más duros combates de la guerra. Y te digo que me parecía irreal mientras corría. Recordé las historias del Aeropuerto, que lo lograron mantener operativo hasta el final, tantos artículos leídos sobre la carnicería de Londgon?tantos héroes que quedaron ahí. Ahí reaccioné contra mí mismo: ¿¡cómo puede ser que yo esté quejándome por el frío...!? Ya con el arco de llegada cerca aplaudió toda la gente. Pero creo que no lo hubieran hecho si sabían que era argentino. A esa altura todavía ni me conocían.
-Y cuando se aproximaba la línea de llegada y ya el triunfo estaba sellado, ¿Qué pasó por tu cabeza?
-Que ganaba en un lugar histórico, ni más ni menos. La verdad es que a pesar del frío y que no daba más, los últimos 300 metros fueron un placer inmenso. Más allá de la emoción, y que no paraba de llorar. Cuando vi la cinta de llegada lista, miré al cielo. Sé que me empujaron desde arriba. Te puedo asegurar que fue uno de los momentos más felices de mi vida, que quedarán guardados en el alma. Después que besé el piso, una señora de la organización me cubrió con una manta que parecía de papel aluminio, contra el frío, le debo haber dado lástima, je. Pero yo nunca me voy a sacar el gusto tan agradable de esa victoria.
-Si ahora como ganador te invitan para la próxima edición, ¿volverías?
-Hoy digo que no. La experiencia es muy fuerte y te deja realmente conmovido, en los últimos 500 metros no podía parar de llorar... Por toda la carga que significa competir en Malvinas la preparación fue muy ?estresante? y también la carrera misma.
-¿Y cómo nació la posibilidad de correr ese Maratón?
-Me lo fijé como meta hace mucho tiempo. Es un Maratón muy importante. Certificado por la AIM como el Maratón oficial más austral del mundo. Además, tenía las marcas del inglés que ganó los dos últimos maratones y sabía que lo podía superar. Los que no lo sabían eran ellos, que se sorprendieron cuando vieron que ganaba un argentino. Nos anotamos cuatro. Lo planificamos con mucho tiempo y lo pudimos concretar.
-¿Hubo restricciones?
-Ninguna. Fue lo mismo que viajar a cualquier país de la Comunidad Económica Europea. Sólo necesité el pasaporte, conseguir vuelo vía Chile y después sí allá garantizar pasaje de vuelta y lugar de residencia y me hicieron llenar como cinco formularios. Eso sí, después para los argentinos hay recomendaciones. Que no se puede mostrar nuestra bandera, que no tiene que haber exteriorizaciones de nuestra nacionalidad, no hacer actividades que puedan molestar a los isleños. Pero yo cuando gané besé el piso, no lo pude evitar, y ya estaba, no me importaba si me decían algo. Y si bien no pude correr con la camiseta argentina, sí lo hice con la de la Universidad de Mar del Plata, que igualmente es azul y blanca.
-¿Cómo los trataron, antes y después de que ganaras?
-La verdad es que nos atendieron muy bien, fueron muy hospitalarios. Nos alojamos en un Beat and Breakfast de una señora grande que hasta nos dio su camioneta vieja para que recorramos la isla. Llegamos un día antes de la carrera y nos quedamos una semana. No vamos a negar que se sorprendieron y no les gustó mucho que justo el Maratón lo haya ganado un argentino pero cuando ya no tenían más remedio me coronaron de la forma adecuada y después nos invitaron a un agasajo final en el que el gobernador de las islas, Niger Cameron, me saludó bien, sin demasiadas demostraciones, pero me dijo que había sido ?muy especial que hubiera ganado un argentino?.
-¿Cómo están los isleños hoy, cómo los viste, y cómo consideran a los argentinos?
-Mal no se los ve. A mí me parece, es una sensación, que se se sienten más isleños que británicos. Pero que usan la condición de británicos en su beneficio. Ellos le apuntan cada vez a la autodeterminación. Pero aprovechan pertenecer al Commenwealth. Y las condiciones económicas en las que viven son buenas. Cuando llegué vi amarrados pesqueros de todo el mundo. La pesca es una fuente de ingreso muy grande, al igual que la industria de la lana. Y a los argentinos nos tratan con mucho respeto, pero ahí, y no les hablés de soberanía... Nos pidieron que tuviéramos mucho cuidado con eso. Sobre todo con la gente grande, con quienes vivieron la guerra, los de 50 para arriba, que están más sensibles con el tema. No hay tanto problema con los más jóvenes. Lo que también me llamó la atención es que están muy agradecidos con las gestiones del ministro Guido Di Tella (N. de R: ex ministro de Relaciones Exteriores del menemismo, quien llevó adelante un operativo de "seducción", recordado por haberle mandado "ositos" de regalo en navidad a los "kelpers"), dicen que lo extrañan. No les preocupan las restricciones para tener contacto con el continente, aunque a veces lo sufren con el abastecimiento de productos perecederos. Por ejemplo, en los días que estuvimos nosotros puteaban porque escaseaban los huevos, algo que para ellos es religión en el desayuno.
-En definitiva, si bien no hay que mezclar la guerra con el deporte, por lo que contás queda toda la sensación que corriste y ganaste en homenaje a los ex combatientes. Incluso por tus conocimientos de todo lo que ocurrió en el 82 y de los lugares que transitaste...
-Y sí, yo fui a correr un Maratón, y lo gané, y el deporte nunca puede ser la guerra, es verdad, pero después fui al cementerio de Darwin y no pude evitar quedarme con ellos, con nuestros chicos, y decirles ?la carrera fue para ustedes, la gané para ustedes??
-¿Cómo fue ese momento en Darwin?
-Un sentimiento de profunda soledad. En ese silencio, en ese lugar, está el viento, todas las tumbas y lo único que se escucha es el golpeteo de los rosarios en las cruces, el repiqueteo ese te juro que te penetra. Nosotros llevamos, además, cuatro bufandas verdes como símbolos de las que tejieron tantas abuelas argentinas y nunca les llegaron (ver aparte). Y el otro momento más fuerte de esa semana fue cuando fuimos a Monte Longdon. Ahí se nota, se respira, se percibe la guerra. No casualmente fue donde se dio la batalla más cruenta. Caminás por ahí y te das cuenta de que fue así. No me preguntes por qué, pero es así. Y no es sólo porque hay cruces por todos lados pero dispersas, no como en un cementerio. Ahí nos llevó un guía, un lugareño, que nos mostró los "bunker", los restos de Harrier, de artillería naval. Y nos señaló también la trinchera del teniente Baldini, un oficial que sí sabemos que peleó en el frente, y que cayó en combate. Un guía muy profesional, que no hizo casi comentarios pero que en un momento nos preguntó "¿cómo van a mandar conscriptos inexpertos, si acá si no cobran no te tiran un tiro?". Nos volvimos a quedar helados.
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